jueves, 30 de octubre de 2014

Tesoros del cicloturismo. El Angliru.

¡Hola a todo el mundo!

Mi mente, mi cuerpo y mi voluntad estaban ya en el Angliru mucho antes de meter a La Americana en Klaus, aquel domingo que pasaría a mi historia personal como el día en el que subí el coloso.

El gran Juan Carlos Vega me metió el gusanillo en el cuerpo un par de semanas antes al haberme llevado a subir las rampar extremas de La Camperona. 

-Subiendo esto, ¿podré subir cualquier cosa, ¿no?

Esa era la frase que presidía mi cerebro cuando comencé a idear una ruta maja para aquel domingo. La ruta incluía varios puertos, entre los que destacaban el Cordal, por ambas caras, la Cobertoria subiendo por Cuchu Puercu y, por supuesto, el Angliru. De hecho, mi idea original era subir también el Gamoniteiro, aunque tal extremo sería viable según me encontrase en el desvío hasta la cima.

En cualquier caso, yo ya estaba decidido a meterme una buena pechada de puertos. Convertir aquel fin de semana en algo para recordar. Supongo que toda ruta que incluya el Angliru ya es algo para recordar, pero bueno, aquel era mi día.

Y lo era de manera muy especial porque iba a ir yo solito. Hacer estas rutas en solitario, tiene pros y contras, como todo. Puedes ir al ritmo que te venga en gana a ti, tomar las fotos que creas oportunas, tener una avería seria y que no te echen un cable, hacer la ruta en silencio. Bueno, aunque en mi caso particular, como ya os he comentado en alguna otra ocasión, a veces en la bici hablo solo. Cosas de mi pedrada, ya sabéis. Cosas en plan, "joder, con la rampa de los cojones", o algo más elegante como, "puerto de las pelotas, voy a acabar contigo".

Llevaba comprobando la climatología para aquel día desde hacía semana y media por lo menos. Siempre con el mismo resultado. Lluvia. Parecía ser que no me iba a enterar de las tremendas rampas que me esperaban. Pero aquí va mi primer "biciconsejo" del artículo. Las predicciones meteorológicas a más de cuatro días vista son, fundamentalmente, una patraña.

Y lo digo porque el día que había amanecido en el Principado, era de esos que te dan que pensar. De esos en las que te preguntas si, por ahí arriba, llueve tanto como dice la gente. Ni una nube en el horizonte. Parecía ser que, por desgracia, sería plenamente consciente de las rampas.

Mi primera parte del plan, que era aparcar a Klaus en Pola de Lena, ya estaba finiquitada. Tenía que llenar los bolsos del maillot. Un par de plátanos, cuatro barritas de esas de cereales, la bomba, las llaves del coche, un chubasquero para bajar los puertos, el móvil. Ya estaba todo. 

La siguiente fase era encontrar la carretera que me llevaría hasta el Cordal. Más o menos sabía por dónde estaba pero, insisto una vez más. Más o menos. 

Resulta que había aparcado justo al final de Pola de Lena y, nada más que comencé a dar pedales y habiendo avanzado a penas unos cuantos metros, ahí estaba el desvío que, creo recordar que señala en dirección a Riosa, lo cual hizo que se me apretase el esfinter un poquito. Hablar de Riosa en el mundo del ciclismo estremece las piernas, así que como para no apretar esfínteres.

En resumidas cuentas, lo que quiero decir es que sin más ni más, me encontré con el Cordal de frente. Resulta que este puerto y por este lado, no es especialmente duro ni exigente, aunque tiene sus momentos de gloria, como todos los puertos. Pero si te lo encuentras de sopetón, punto uno, y dos, te estás meando bastante, pues la cosa sube de entidad. "¿Pero por qué no paras, Dani?". Pues porque no. Cosas de cicloturista. Una vez que empiezo un puerto, no paro y punto.

Así que ahí estaba yo. Meándome, envuelto en un túnel vegetal precioso y disfrutando de unas vistas espectaculares. Puerto constante que te permite agarrar un ritmo y llegar con éste al fin del mundo. Conclusión. Puerto para disfrutar. Consecuencia. Se me pasaron las ganas de mear.

Casi había coronado y pude ver el desvío hasta el Chuchu Puercu (que estoy seguro que muchos no sabéis de lo que os hablo). Pero para tomar ese desvío aún quedaba una tirada buena. Por lo pronto, había llegado al cartelón que te da la bienvenida al Concejo de Riosa y marca la cima del Alto del Cordal, porque aquí no hay cartel marrón que valga. Es una pena, porque el puerto realmente se lo merece. 

Nada más llegar, lo primero.....¿foto?....Hoy no. Hoy tocaba cambiar el agua al canario. Mi cara de satisfacción en la cima, ese día no sólo se debía al esfuerzo realizado en la ascensión....uffff, qué biennnn....



Primer plátano al cuerpo, chubasquero abrochado y bonito descenso por delante. Además del placer de la bajada, ésta me iba a servir para estudiar la futura subida. Sin embargo, al hacer esto no dejaba de pensar en que cuando estuviese sufriendo por esas rampas yo ya no sería el mismo porque habría triunfado o fracasado en el Angliru, eso ya se vería.

Curva por aquí, curva por allá. Continuas referencias al gran objetivo del día. Hotel Mirador del Angliru. Esto ya era en serio. Se acercaba el momento. Se acercaba mi momento. 

Quién me ha visto y quién me ve. Hasta hacía poco tiempo, siempre que me preguntaban que si había subido el Angliru, yo siempre respondía que no y que no lo haría porque, ese tipo de subidas agonísticas, no me gustan. Pestes y pestes echadas sobre ese dichoso puerto que perturba toda mente ciclista, podrían caerme todas de golpe. 

Siempre he creído que los puertos tienen cierta vida. Cierta autonomía propia. Es como si cada ascensión fuese ÉL contra MÍ. Una lucha de tú a tú. El Angliru podría vengarse de mí. Podría hacérmelas pagar todas juntas por haberle denostado durante años.

Y su momento y el mío ya estaban cerca. El día en el que nos mediríamos, era allí y en aquel momento, porque el cartel de La Vega, el pueblo que marca el punto de inicio de la subida, ya estaba ante mis ojos. Y cuando tomé un desvío y vi cierto cartel, nos indicaba tanto al puerto como a mí que ya no era el tiempo de las palabras. Era el tiempo de la lucha. Y os puedo asegurar que esta subida, no es una ascensión normal y corriente. Es una verdadera batalla de supervivencia.

Km 0 de un antes y un después en mi vida ciclista.
¡Qué cantidad de sorpresas me tenía preparadas el amigo Angliru! Él lo tenía todo preparado para engañarme así de primeras. Ciertamente, los primeros seis kilómetros o algo así, son del todo normales y corrientes. Vas subiendo, más expectante que cansado. "Será aquí, será allí adelante." Continuamente vas buscando el lugar en el que este puerto te la va a meter doblada. Pero llega un instante en el que no hace falta esperar a la próxima curva o a la siguiente recta. 

En algún momento, no sé muy bien por qué, alzas la vista hasta las montañas. Muy a lo alto. Muy a lo lejos. No te lo puedes creer porque sería algo inhumano, pero pareces intuir algo parecido a una carretera serpenteante a lo lejos y a lo alto. A lo muy muy alto. 

Y si vas con la sana intención de subir al Monstruo de Riosa, habrás hecho los deberes y te habrás empapado de fotos y diversas altimetrías, con lo que esa serpenteante carretera muy muy a lo alto, te resulta familiar. Te resulta tan familiar como que resulta ser la carretera por la que vas a tener que subir en un rato.

Ahí estaba. Ahí estaba el verdadero monstruo. Ahí estaba el verdadero reto. Ahí estaba el lugar en donde me haría mayor sobre la bicicleta como me había dicho mi amigo Juan Carlos. Ahí estaba el coloso. Ahí estaba, sencillamente, el Alto del Angliru.

En cuanto pude divisar esa zona repleta de paz, llamada Viapará, en donde correteaban niños y la gente se hacía fotos, pude comprender que, justo en ese momento, comenzaríamos a ajustar cuentas el monstruo y yo.  A penas unos metros más adelante y alguna que otra curva después, que ya comenzaban a ser algo más duras que sus hermanas de kilómetros anteriores, ya pude comprobar en mis propias carnes lo que iba a sufrir.

No sé ni cómo se llamaba esta primera gran rampa. Lo cierto es que era durísima y el cartel que la anunciaba, señalaba tantos por ciento aterradores.

-Eres un repechín de mierda, cacho cabrón.

Así me las gasto yo contra monstruos de este calibre. Con estas palabras inicié me pequeña gran historia bélica en el Angliru.

"SOMOS LO QUE LOGRAMOS"

Esta frase está escrita en el asfalto, justo al inicio de la parte dura del puerto. No sé si quien la escribió lo hizo con esa intención, pero la motivación que me supuso tal sentencia, haría de mí un cicloturista sin miedos y con mucho más que ganar que perder, lo que me convertía en un serio peligro para la reputación del Monstruo de Riosa. 

Comencé a retorcerme sobre La Americana, subido en las bielas, tirando muy duro de brazo y siendo consciente de que era más que probable que no me volviese a sentar en el sillín hasta dentro de, al menos, media hora de esfuerzo extremo.

Primera curva donde se puede apreciar algo el desnivel. La sensación de que estaba intentando vencer al rival más duro que jamás se me había presentado delante, se confirma. Es muy complicado intentar explicar con palabras los desniveles que se pueden apreciar en cada una de las curvas de este puerto. Incluso las fotos no logran captar esa sensación. Yo me sentía como Jonás dentro de la boca de la ballena. Como David ante Goliat. Como un peso mosca contra un peso pesado y con mala leche. Sólo sabía que "somos lo que logramos". Agaché la cabeza, apreté los dientes y continué con la batalla.


Os puedo asegurar que la foto es completamente real. Dramáticamente cierta. Y también os puedo asegurar que no muestra el cien por cien la dureza con la que el Monstruo de Riosa me estaba golpeando. También os digo que las fotos que saqué del puerto fueron tomadas durante la bajada, que es una fiesta a parte. 

Todas las pestes que durante años había echado sobre este coloso, él me las estaba devolviendo. Cada curva de herradura suponía un nuevo reto y, a la vez, un pequeño respiro al alargar los giros lo máximo posible y, de esta forma, conseguir aunque fuese un segundo de tregua. Pero él volvía a golpear más duro. Cada recta entre curva y curva suponía la muerte en vida.

Les Cabanes, Llagos, Les Picones, Cobayos. Todos estos nombres, todos estos mazazos, eran puertos de primera en sí mismos. Eran enormes retos a superar cada vez que me tropezaba con los letreros y los porcentajes de estas rampas.




Pero cuando piensas que ya nada puede ser peor, cuando piensas que por mucha fama que tenga la Cueña les Cabres, ésta no puede ser mucho peor que todo lo que llevas ya en las piernas, de repente, el Monstruo de Riosa te lanza el peor de sus ganchos. El peor de sus zarpazos. La peor de sus artimañas. El Angliru te enseña lo que es en verdad la Cueña les Cabres.



"SOMOS LO QUE LOGRAMOS". Con el único salvavidas de esta frase, comencé a trepar por la verdadera carretera hasta el infierno. Estaba dispuesto a demostrar a este maldito puerto de lo que yo estoy hecho.

Había que sacar ventaja de donde no existía. Tocaba culebrear por la carretera. Tocaba hacer eses. La longitud de este horror ciclista, señala el cartel que es de 450 metros. Pues bien. el cicloturista medio seguramente amplíe estos metros a bastante más de 500. 

Según comía metros de este horror, más me ganaba el respeto de mi rival, el Angliru. A mi paso, dejaba tras de mí a otros compañeros que no habían podido soportar la dureza de este tremendo mazazo. Sólo podían darme sus ánimos y yo, sólo podía prometerles que llegaría hasta el corazón de la bestia para vengarles. 

Metro a metro, pedal a pedal, iba desgastando el feroz castigo del Angliru. Mis piernas ya no me dolían. Ya no sentía cada pinchazo que asolaba mi espalda después de cada pedalada. Los brazos conseguían mantenerme soldado a La Americana sin quemarme.

A lo lejos ya podía ver la curva de herradura que supondría un pequeño alivio en todo aquel calvario. Una vez allí, a penas me restaría poco más de un kilómetro para entrar de lleno en el corazón de mi enorme rival.

Y, por fin, la Cueña les Cabres, se terminó...


Pero aún no era el momento de cantar victoria, porque el Monstruo de Riosa contaba con más defensas. Los dos últimos mazazos antes de alcanzar su corazón. El Aviru y Les Piedrusines. Cortos, duros y secos. Así son las dos últimas rampas. Igual de duro que todo lo anterior. Pero ya nada importa. Ya nada es demasiado. Ya nada es suficiente. Estás tan cerca del cielo que más que pedalear, estás volando.

Y cuando llegas a la bajada previa antes de llegar a la explanada donde reside la esencia, la dureza y el corazón del Angliru, entiendes que no puedes guardar rencor a este coloso. Entiendes que su naturaleza es esa. Su naturaleza es ser el puerto más duro que probablemente vayas a subir en décadas o quizás en toda tu vida.

Esa bajada supone una expiación. Es el momento en el que pides perdón a esta obra maestra del cicloturismo. Le pides perdón por todo aquello que dijiste sobre él, por todas aquellas cosas que se te pasaron por la cabeza mientras estabas subiendo por su carretera.

Y entiendes que aquella frase al inicio de la subida de "SOMOS LO QUE LOGRAMOS", la ha escrito él mismo. Y eres consciente de que has de estarle agradecido el resto de tu vida porque, conseguir llegar hasta su corazón es un regalo. Es algo que el tremendo Angliru te cede para el resto de tu existencia.


El tremendo Angliru ya es tu amigo. Se acaba de convertir en tu aliado para el resto de subidas que vayas a afrontar. Ha conseguido, gracias a su salvaje dureza, que jamás se te olvide que un día te permitió pasear por su alma, por su corazón.




Ya nada más importa en la ruta que tengas que hacer a partir de este momento. No importa ya, que vayas a subir el Cordal por Cuchu Puercu y llegues hasta la Cobertoria.

Nada puede superar el hecho de que has hecho historia. Nada puede superar el hecho de que te has paseado por el corazón del coloso. Nada puede superar el hecho de que un día fuiste a conquistar el Angliru y marchaste de él con un trocito de su alma dentro de la tuya. Ahora el Angliru no es tu enemigo. Ahora el Angliru es uno de tus mejores amigos.

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